La joven Dolores, de Christina Rosenvinge, el día en que la belleza se hizo canción
Escrito por María Marí Ros
El nuevo disco de Rosenvinge es una especie de trabajo de mitología. Todas las canciones aparecen atravesadas por el imaginario del eterno femenino. Su voz, siempre con forma de caricia, narra pequeñas historias que convierten lo cotidiano en mítico, lo femenino en mitológico, la mujer en heroína.
Todos estamos familiarizados con sus susurros casi felinos, su arrullo constante. Pero esta vez más que nunca todo se articula desde una posición estrictamente femenina. La “niña loca” de la Canción del eco abre la puerta a una sucesión de canciones en las que flores, alfileres, bosques, fantasmas, infancia, temores, recuerdos, desamores, sentimientos, etc. se pintan del más femenino de los rosas, ya anunciado en la delicadísima estética del diseño gráfico del cd.
Hasta las sátiras más mordaces aparecen revestidas de la delicadeza que las convierte en un cuento de hadas. Sin embargo, ahora las hadas, las grandes damas, las pequeñas criaturas, son reales, de carne y hueso, de voz y susurro, y siempre las acompaña una constante: el agua.
En un disco con nombre de barco, el agua atraviesa las canciones del principio hasta el fin, haciéndose explícita en la magistral Mi vida bajo el agua, culminada con un impresionante videoclip (dirigido por Darío Peña) que engrandece el mensaje, que engrandece la imagen, que engrandece el mito. El agua como elemento líquido en un disco líquido, el agua como metáfora de casi todo, el agua como elemento que alimenta como líquido amniótico y que puede matar como amenaza. Y, frente a ella y con ella, una Christina magistral en su interpretación, también visual.
Y, a estas alturas, el único mito puede ser la propia Christina. Nadie como ella sabrá nunca jugar a la delicadeza repleta de fortaleza que la dibuja como una de las cantantes y compositoras nacionales de mayor sensibilidad que hemos tenido nunca. Nadie como ella conseguirá tanto con tan poco: con un susurro, una melodía y una pequeña colección de palabras lo ilumina todo, lo esclarece todo.
La mujer que sufre estoicamente, la mujer que hiere letalmente, la mujer que sigue siendo niña como rebelde pacífica, la mujer que se transforma constantemente, la mujer que desea, la mujer que es madre y que fue niña, la mujer que se remite a Eva como punto de partida (Eva enamorada), la mujer abandonada, la mujer que abandona, la mujer que canta la plenitud de la vida, todas las mujeres, en fin, caben en sus canciones, se pinchan con alfileres, crean, dan la vida, aman, se acuestan con hombres, se enamoran de hombres, aman a los hombres, odian a los hombres, disfrutan de las flores y, en fin, son pequeños mitos del día a día que consiguen convertir, amparadas en la voz de Christina, representadas por la voz de Christina, la leyenda femenina en algo real, tangible y, ante todo, estrictamente bello. Pero también estrictamente sencillo, fácil, calmado.
Como una nana eterna, Rosenvinge nos canta al oído. Rosenvinge es mucho más que música. Es, además, belleza. Crea belleza, convierte en belleza. Magia. Y ha cristalizado en un evocador disco difícil de igualar
gracias! qué sorpresa!
ResponderEliminarMaría.