lunes, 21 de marzo de 2011
NACHO VEGAS, ELEGIR EL DOLOR
Elegir el dolor
Nacho Vegas solía ser un tipo sórdido. Su voz se arrastraba entre guitarras distorsionadas, ecos deformados y ardiente oscuridad. En sus paisajes, literarios y absorventes, apenas quedaba hueco para la redención. Ni siquiera el humor nos salvaba.
“Sé que puedo obtener paz y armonía, pero no será en esta vida”. Así cualquiera se gana el halo de malditismo, aunque él no quisiera. Pero ahí lo tienen, sobre las tablas de su zona sucia y las paces hechas con las heridas que no le habrán de abandonar.
Sobrio, resignado, pero con la sordidez domada. Y yo recuerdo aquella cita que le tomó a Faulkner y entiendo que ha elegido: “entre el dolor y la nada elegí el dolor”.
Antes de nada, el disco: ‘La zona sucia’ es la devastación en calma, el arranque vitalista del que abraza la pena porque la alternativa es la nada. Menos furia, menos rabia y más calidez entre el montón de hierros fríos que quedan tras el desastre. Apenas hay alusiones a las drogas. El dolor de Vegas es aquí más universal, tal vez más maduro. Todo el disco es la crónica de una ruptura (casi) pacífica tras la que sigue quedando amor. Comparen con ‘Morir o matar’ o ‘Ocho y medio’.
Llegamos al Auditori justitos pero sin agobios. Nos ha costado mucho, y no hablo del peregrinaje, pero aquí estamos, con el nuevo material ya asimilado y decididos a revivir la buena experiencia del concierto de hace dos años. La sala 2 del Auditori es un lugar perfecto: cómoda, íntima, de acústica impecable. Somos La Inercia y también la comitiva de medios de Tarragona (provincianos en la capital), pero ante todo vegasianos. Por eso el escenario, con esa ilustración de fondo, está cargado de anticipación: ¡que salgan ya!
En la gira de 2009 Nacho dio un buen repaso a lo más icónico de su repertorio, juntando en un sólo setlist ‘Gang-bang’, ‘El ángel Simón’, ‘Ocho y medio’, ‘Días extraños’ o ‘El hombre que casi conoció a Michi Panero’. Luego lo vimos en Luz de Gas, con una selección más breve y anecdótica, y ahora hemos leído que esta gira incluye el cedé nuevo y algunos temas olvidados. Tres conciertos y apenas hay repeticiones: algo fácil cuando tienes más de 100 canciones y tantos himnos. (Nota: Raúl va a ver a Nacho por sexta vez. Yo, por tercera. Ariadna es la más novata: sólo es su segunda.)
He repasado la parroquia, como siempre (poco a destacar, salvo las típicas barbas modernas de Barsalona. Las barbas son las nuevas gafas de pasta, amigos). Refree está entre el público. Salen Nacho y banda; enseguida veo lo bien conjuntados que están y el carisma que tienen juntos y por separado: Luis Rodríguez al bajo, Manu Molina a la batería, Abraham Boba (saca disco) a las teclas y Xel Pereda equipado con toda una armería de instrumentos de cuerda a sus espaldas. Pese a que Pereda tiene problemas con el cableado en más de una ocasión, suenan mejor que nunca y se les ve sonreír y compartir miradas de complicidad. Tal vez son la banda definitiva, incluso mejor que Las Esferas Invisibles.
El concierto empieza con el primer corte del nuevo álbum y acabará con el último: salvo ‘La comedia humana’, ‘La zona sucia’ está entero. ‘Cosas que no hay que contar’ ha perdido algo de encanto con la nueva instrumentación (parece un remedo de tres o cuatro canciones distintas), pero ‘Cuando te canses de mí’ o ‘La gran broma final’ suenan ya a clásico. Los coros infantiles de ‘Perplejidad’ y ‘Lo que comen las brujas’ (¡me encantan!) son cosa, esta vez, de los machotes que rodean a Nacho.
‘Detener el tiempo’ se presenta renovada (más banda, algo más rítmica) y ‘Dry Martini S.A.’ recibe aplausos a reventar. Con ellas se cierra el viaje por la producción reciente de Vegas y comienza la recuperación de joyas perdidas, de temazos olvidados (sobre todo de los EPs, donde, como saben los fans, se suelen esconder los tesoros vegasianos) que sorprende encontrar en un directo y que suponen el punto diferencial del concierto: “yo tiraré el titular por ahí”, me adelanta Raúl.
Ahí tenemos ‘Maldición’ (Boba se ajusta de maravilla a los acordeones) y ‘Hablando de Marlén’, amargas, melancólicas, muy norteñas. Creo, aunque puede que sea cosa mía, que Nacho se reconcilia con estos personajes al revisitarlos, que perdona el crimen de Ezequiel, que Marlén disculpa todas las risas y burlas. Con la historia de la solitaria muda me resulta imposible contener las lágrimas.
‘Canción de palacio #7′ es otro de los regalos de la noche, aunque pierda algo de su tono íntimo, de duermevela, en una sala de conciertos. ‘Me he perdido’ (genial Pereda al banjo) encadena con ‘Va a empezar a llover’ y desemboca en ‘La gran broma final’: encuentro, agotamiento, ruptura; crónica sentimental en tres partes. La ronda de bises se abre con ‘Canción del extranjero’ (versión de Leonard Cohen que ya interpretó en 2009) y sigue con ‘Taberneros’, punto alto de ‘La zona sucia’ y nueva entrada en la lista de épicas emocionales de Vegas (a saber, ‘El ángel Simón’, ‘El salitre’, ‘Ocho y medio’, ‘La fin’ o ‘Morir y matar’).
‘El mercado de Sonora’ cierra con una interpretación más llena, con líneas más protagonistas para cada instrumento y un sentido progresivo que la eleva. El clímax es puro ruido: la canción está hecha para pasarlo bien sobre el escenario.
En el viaje de vuelta, a 110, escuchamos el cedé un par de veces más y comentamos con entusiasmo la velada. Queda repasar el concierto haciendo una lista de Spotify, irse a dormir con los ecos de Norteña y disfrutar con tranquilidad del regusto al día siguiente. Y darle las gracias a Nacho por volver a hacer del dolor una alternativa tan agradable (y ahora más reconfortante) a la nada.
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